Cuando te pegas 9 meses entrenando cada día con el único objetivo de ser finisher del Ironman de Lanzarote y no lo logras... parece que el mundo se te viene encima. El sentimiento que te corroe por dentro en el momento en que te sientas a un lado de la calzada y tomas la humilde decisión de abandonar tu reto, no creo que sea posible expresarlo con palabras. Solo yo sé lo que significa albergar dentro rabia, cansancio, tristeza, enfado, fatiga, dolor de corazón, falta de aire, ansiedad, decepción, desmotivación, desmoralización, dudas, nauseas, ganas de llorar a lágrima viva, de gritar que no es justo... Pero tras haber subido un considerable desnivel recorriendo 102 km de bici después de haber vomitado tres veces durante los 4 km de nado, abandonar fue la decisión más sabia que pude tomar.
SEMANA PREVIA AL IRONMAN
La semana previa al Ironman fue muy complicada. El martes 14 de mayo iniciábamos el viaje a Madrid mi novia Carla, mi suegra Mar y yo para volar a Lanzarote al día siguiente. Una vez allí, nos tocaba instalarnos, montar la bici y recoger a otra parte importante del equipo de apoyo que llegarían en diferentes vuelos a la isla; mi cuñada Patricia, mi sobri Leo, mi suegro Carlos y Laura, una amiga. Un mes antes de esto ya me había fallado un apoyo importante, Jorge, al que sabía iba a echar en falta. Parece que todo debe ir sobre ruedas y de repente tu novia se pone mala con una gastroenteritis de caballo dos días antes de iniciar el viaje, muy oportuna ella. Pues toma domingo de madrugada en urgencias hasta las dos. Bueno, con unos goteros todo parecía que se había solventado y todavía nos quedaba un día entero por delante para preparar la maleta a conciencia y que nada importante se quedase en tierra. Lunes 13 por la mañana, me empaquetan la bici en mi tienda de confianza, todo parece estar bien y viajará segura si es que nos dejan subir semejante paquetito al avión. Sólo quedaba un último masaje para estar a punto y dedicaría toda la tarde a los preparativos y a descansar... Suena mi móvil en pleno masaje y ahí va la noticia:
(Carla) --Óscar, mi madre y yo nos tenemos que ir corriendo a Graus, mi hermana Patricia ha tenido un accidente de coche, parece que ha sido grave porque ha dado vueltas de campana e incluso se la han llevado en helicóptero al hospital. Todavía no sabemos si el bebe y ella están bien (está embarazada).
Y es entonces cuando comienzas a pensar que la suerte no esta de tu parte, que quizá ni siquiera puedas ir al evento que llevas preparando casi un año porque todos tus pilares de apoyo no sabes si van a poder viajar contigo, y qué sentido tendría ir solo allí. De todos modos, solo deseaba que Patricia estuviese bien, que ni a ella ni al bebe les hubiese pasado nada, que esas sí son las cosas importantes de la vida. Así que pase el día como pude esperando noticias ya que no me dejaron viajar con ellas porque querían que descansara algo. Ellas son fuertes, positivas, pusieron todo de su parte y tenían la esperanza de que SÍ iríamos a Lanzarote.
Patricia en el hospital. 13 de Mayo.
Y así fue, Patricia y el bebé estaban bien, no podía haber mejores noticias. Milagrosamente, el coche estaba para tirar, pero tras unas horas de observación y una inyección de cariño familiar todas estaban decididas a viajar a Lanzarote, y cuando digo todas es real. Patricia hizo un esfuerzo por el que siempre le estaré agradecido, montó en el avión y se reunió con nosotros solo tres días después del accidente.
Todo el equipaje que llevamos de Zaragoza a Madrid
y de allí a Lanzarote Carla, Mar y yo.
Ya montados en el avión.
Bridget en su primer viaje de avión a un Ironman.
Una vez allí, nos habíamos instalado en una villa de súper lujo de esas que hay perdidas por esa maravillosa isla, el vuelo con nuestra perrita Bridget había ido bien, la bici estaba montada y revisada por los expertos, el recorrido de 180 km bike me lo sabía con pelos y señales ya que lo habíamos recorrido en nuestro combo coche (con multa inclusive) y solo faltaba que llegaran el resto del equipo de apoyo en sus respectivos vuelos. Cuando, a menos de dos días del Ironman, entramos en la casa y nos encontramos con una invasión de cucarachas gigantes que rondaban por la cocina, el frutero, el salón, las sillas del comedor, la vitrocerámica, el pan... en fin que habían decidido salir justo en ese momento para hacernos la vida un poquito más complicada, que ya total qué mas daba, sería por imprevistos. Evidentemente decidimos mudarnos a otra casa ya que esos bichos no son muy agradable compañía y menos en vacaciones y porque dan asco, para que engañarnos. La correspondiente mudanza conllevó otros altercados, los cuales ahora me tomo a risa pero que en su momento me amargaron el día previo al Ironman, pues no nos querían devolver el dinero de la casa para mudarnos, el dueño se puso algo agresivo y hubo que llamar hasta a la policía.
Así que justo a las 14:00 h. del día de antes de la prueba, nos mudábamos a otra villa los siete, con todas nuestras cosas y nuestro equipaje a otro lado. Y todavía tenía que prepararme las bolsas de colores de las transiciones y llevar la bici a su sitio para el día siguiente. A lo tonto, el día en el que se suponía que tenía que descansar, estar relajado, concentrado.... comía a las cinco de la tarde, cenaba a las diez de la noche y me acostaba a las doce, lo normal vaya.
En Mirador del Río el día que nos multaron por seguir el recorrido.
Esta cara se me quedo cuando subí los puertos de Mirador del Río
y de Haria con el coche dos días antes.
Nuestras amigas las cucas.
18 DE MAYO, DÍA MÁS IMPORTANTE DE MI VIDA
Por fin estábamos todos, sanos y salvos, instalados en una casa sin insectos con antenas que corren, con ganas de llegar a la zona de transiciones, de ver que la bici estaba bien tras su primera noche a la intemperie, de ponerme el neopreno, revisar las ruedas y de vivir ese ambientazo propio de una competición de este calibre.
Ya en Puerto del Carmen y con toda mi familia encima animándome y diciéndome lo mismo que los médicos y organizadores me habían dicho; que si el único fallo era no haber sabido gestionar bien los alimentos que mi cuerpo necesita y asimila, que si había podido aún con los imprevistos de ese día y con el clima excesivamente complicado aguantar 102 km de bici después de la natación vomitando y completando la parte más dura del recorrido, y con la fuerza muscular que se me veía (no pare ni un segundo en cuento me dejaron en el pueblo), me sentí capacitado para intentar de nuevo terminar este Ironman.
Mi equipo de apoyo hizo que el abandono no fuese lo principal de ese día, que lo principal fuesen los 9 meses de entrenamiento, el valor que le había puesto durante todo ese tiempo, mi constancia y mi ilusión.
Ellos me hicieron creer lo que en ese momento parece imposible, creer en mí, creer que puedo, me dijeron las palabras adecuadas en el momento más difícil y solo por eso les doy las gracias y les querré toda la vida.
De camino a la zona de transición, 5:00 h.
Con mi ayudante para ponerme el neopreno y untarme de vaselina.
Poniendo la bolsa del avituallamiento especial.
También nos dejamos la bomba de la bici en el coche...
pero Carlos fue corriendo a buscarla.
Aquí con ella y la camiseta oficial del equipo de apoyo
Con Carlos, mi suegro, justo antes de bajar a la arena
Colocando todo en su sitio, 06:30 h.
El equipo de animadoras madrugadoras bajo la lluvia de las 06:45 h.
Con ganas e ilusión justo antes de que dieran la salida a las 07:00 h.
Y lloviendo por cierto.
En esta última foto ya se pueden apreciar las miles de cabecitas que estábamos allí con el gorro puesto y esperando para que nos dieran la salida y nadar los 3.800 km en el mar. En este momento debo confesar no estaba nervioso más allá de los retortijones de tripa previos típicos de los nervios de la competición.
Salida de natación Ironman, 07:01 h.
Todo iba según lo previsto, ponerme en las últimas filas y a la derecha es lo que me habían recomendado y así lo hice. Me habían hablado de que nadar en el mar no era como en piscina, que se notaban mucho las olas, la marea que te llevaba de lado a lado, que el neopreno te ayudaba a flotar más y la sensación era buena, que era un poco agobiante nadar con tanta gente a tu alrededor y que podías tragar agua, recibir algún golpe.... pero aún así me arriesgue. Ese día quería que fuese único y el primero que nadase en el mar, y así fue. A pesar de que en mi cabeza rondaba la posibilidad de que me marease un poco por la falta de costumbre jamás me imaginé que me pasaría lo que entonces sucedió. El mareo tipo barco de pescadores llegó a mi cabeza y como no a mi estómago... devolví en la primera vuelta, parecía que me había quedado descansado e incluso iba adelantando a la gente y cogiendo mi ritmo. Pero en la segunda vuelta esa sensación de vaivén regresó y vomité dos veces más. El tiempo de la natación no fue nada malo a pesar de las vomiteras, 1:24 h. Sí es cierto que lo pasé muy mal teniendo que ingeniármelas para devolver sin parar nadando a braza, por no querer perder el ritmo, con tanta gente a mi alrededor moviendo más y más el agua y con la impotencia de haberme encontrado con un imprevisto que me dejó tirado en cuanto a fuerzas y reservas de energía cuando muscularmente me encontraba genial.
Nada más tocar tierra, sobre las 08:24 h.
Salida de natación.
La transición me la tome con calma, así lo había decidido desde el día que me plantee este reto y además no estaba con cuerpo como para correr. Me metí en la carpa, me quité el neopreno tranquilamente y me preparé para montarme en la bici e intentar hacer los 180 km que me esperaban con viento y cuestas y, por si fuese poco, seguía lloviendo.
Subiendo por la arena hacia la zona de bicis.
Cogiendo mi bici sobre las 08:45 h.
Comiendo algo antes de montar en la bici.
En el momento en el que llegué a la bici sabía que tenia que comer algo para recuperar toda la energía que había perdido con los imprevistos vómitos, y más aún cuando tenía a la familia gritándome "come algo dulce para recuperar y tómatelo con calma". Había tenido la oportunidad de hablar con ellos ya que me iban siguiendo de cerca y les había comentado lo que me había pasado. Sé que los dejé algo preocupados pero con mi cara desencajada al salir del agua no lo podía ocultar. Yo confiaba en que en cuanto me montase en la bici, comenzase a pedalear y sientiese la estabilidad del suelo firme me iba a recuperar. Y, a pesar de que las condiciones climáticas de viento huracanado con lluvia no eran muy favorables, así fue.
Saliendo de Puerto del Carmen.
Saliendo de la zona de transiciones.
Comenzaban los 180 km de bici y todo iba según los esperado. El principio del recorrido a su salida de Puerto del Carmen, carretera hacia Yaiza donde ya encontré algún avituallamiento de bebida isotónica, y hasta la carretera del Golfo fue bastante agradable. Recorrido mas bien llano, sin mucho desnivel y sin tener que hacer esfuerzos exagerados. Por la carretera del Golfo disfruté especialmente por el paisaje que se puede apreciar y por su cercanía al mar, realmente te das cuenta de lo bien que has hecho eligiendo Lanzarote para esta aventura.
Carretera de la costa, El Golfo.
Eso sí, en cuanto comienzas a aproximarte a la carretera de toboganes del Timanfaya, y venga subidas y venga bajadas, con un viento que en las bajadas no te permite ni coger impulso a penas, con la eternidad de esa carretera en línea recta hacia la tierra de los volcanes... ahí sí se sufre y de lo lindo. A pesar de todo pasé ese tramo con éxito y continué hacia Tinajo, donde esperaba ver a toda mi tropa animándome. Sin embargo, les había costado más de lo previsto llegar a casa a recoger a la accidentada Patricia y a Leo, el peque, que habían dormido un poco más, por el tráfico que se organiza ese día en la isla. No me rendí, fui comiendo geles y barritas de chocolate para ir recuperando calorías perdidas. Pero conforme avanzaba hacia La Santa y Famara me di cuenta de que algo no iba bien. Mi estómago no respondía adecuadamente a los geles y las barritas, hicieron que se me cerrara el estómago y que me entrara un malestar terrible. Mis músculos estaban perfectamente, las piernas respondían como de costumbre, no estaban especialmente cargadas, mi mente podía con lo que quedaba, pero la rabia de ver que no me recuperaba del estómago se iba apoderando de mi. Así llegue con flacas fuerzas ya a la rotonda de Teguise, que era aproximadamente la mitad del recorrido de la bici (90 km) donde ya me estaban esperando preocupados todos después de las últimas noticias que habían tenido de mi al salir del agua. Y en efecto, mi cara no debió de ser mucho más esperanzadora, pues a pesar de seguir con fuerzas brutas mi estómago empeoraba y encima no aceptaba ni un ápice de gel ni barrita más. A pesar de todo, he de confesar que los 12 km siguientes que aguanté encima de la bici fueron gracias a ellos, a mi equipo de apoyo al completo, que solo deseaban verme montado encima de la bici disfrutando como acostumbro, que me gritaron con todas sus fuerzas megáfono en mano para ayudarme a seguir, que me fotografiaron para tener este grato recuerdo, que lloraron al ver tambalearse mi sueño y que fueron más sufridores que nadie ese día.
Mi suegra Mar y mi sobri Leo esperado a verme pasar
en la rotonda de Teguise.
Rotonda de Teguise, km 90 aprox.
Rotonda Teguise. Llevaba unas 4 h y 20 min de bici.
Hacia la horrible cuesta de Teguise pueblo. Mis últimos km.
Esa cuesta que se avista a lo lejos tras la señal de Teguise se me hizo eterna. Pero como tenía fuerza muscular de sobra decidí seguir con la esperanza de que mi estómago se recuperase, aunque sabía que hasta pasar la subida de Haria no encontraría el avituallamiento especial con mi sándwich, mis frutos secos y mis golosinas. Sin embargo, pasados 12 km más o menos y cuando ya había subido a la altitud máxima del puerto de Haria (las Nieves), todas mis fuerzas se dirigieron al estómago, que reclamaba ya demasiada atención. Ya había intentado parar incluso con el coche del médico a ver si se recuperaba el estómago y podía continuar. Había seguido adelante subiendo curvas realmente duras del puerto. Sentía total impotencia de sentirme bien fuerte de piernas y tan flojo a la vez por culpa de los malditos geles, ojalá hubiese tenido a mano un sándwich antes, lo eche de menos, ya me lo había dicho un amigo de Vitoria y realmente llevaba razón, la comida de toda la vida también aporta muchísima energía. Me paré, me bajé de la bici, no podía más, el estómago se cerró, me molestaba mucho encima de la bici y las fuerzas flaqueaban sin comida ya. Lloré como nunca en mi vida había llorado, me senté a un lado de la calzada al lado de un matorral que tapase un poco el fuerte viento. Estaba derrotado, pero convencido de que había tomado la decisión correcta. Tras un ratito esperando un coche de la organización me recogió y me llevó a Puerto de Carmen. Desde el automóvil me dejaron llamar a mi novia Carla para avisarle. Ella ya estaba en Tahíche con toda la tropa esperando mi paso en aproximadamente una hora, se habían comprado bocatas para esperarme con la misma ilusión de siempre y con la esperanza de que hubiese llegado a mi sándwich tras el puerto de Haria. Sabían que si llegaba allí y reponía fuerzas con comida sólida lo conseguiría. Pero me faltaron 1.3 km para llegar a la deseada comida, ni si quiera yo sabía que me quedaba dicha distancia cuando me retiré ni quiero pensarlo más veces porque entonces sí que me entra la duda del arrepentimiento. No quiero pensar más en distancias ni en comidas, prefiero pensar que he aprendido lo que debo y no debo hacer, lo que mi estómago asimila mejor y peor y lo que seguro haré la próxima vez para aguantar como sea y tocar el cielo.
Recuperándome del disgusto, paella para el cuerpo en Puerto del Carmen.
Gracias a la organización.
Ya en Puerto del Carmen y con toda mi familia encima animándome y diciéndome lo mismo que los médicos y organizadores me habían dicho; que si el único fallo era no haber sabido gestionar bien los alimentos que mi cuerpo necesita y asimila, que si había podido aún con los imprevistos de ese día y con el clima excesivamente complicado aguantar 102 km de bici después de la natación vomitando y completando la parte más dura del recorrido, y con la fuerza muscular que se me veía (no pare ni un segundo en cuento me dejaron en el pueblo), me sentí capacitado para intentar de nuevo terminar este Ironman.
Mi equipo de apoyo hizo que el abandono no fuese lo principal de ese día, que lo principal fuesen los 9 meses de entrenamiento, el valor que le había puesto durante todo ese tiempo, mi constancia y mi ilusión.
Ellos me hicieron creer lo que en ese momento parece imposible, creer en mí, creer que puedo, me dijeron las palabras adecuadas en el momento más difícil y solo por eso les doy las gracias y les querré toda la vida.
Mis dos animadoras, Laura y mi novia Carla, en la cena de gala.
Leo, algún día espero poder entrar contigo a meta.
Mar, Patri, Carlos, Leo, Laura y Carla, gracias por estar ahí cuando más lo necesitaba, por seguirme con esa ilusión metidos en un coche como si fueseis en busca de un tesoro, por los gritos de ánimo en los que lograsteis decir lo adecuado para que cogiese fuerzas y siguiese hasta aguantar lo más duro, gracias por todos los recuerdos de fotografía y vídeo que tengo gracias a vosotros, pero sobre todo, porque fuisteis la mejor meta que pude tener ese día.
Tuve seis medallas que se entregaron a mi en cuanto llegué al pueblo y ese fue mi mejor premio en Lanzarote 2013.



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